La justicia de Dios revelada: Hacia una teología de la Justificación es la obra exegética y teológica de Mauricio A. Jiménez. Escritor y miembro de la Iglesia Presbiteriana de Chile, con quien he tenido gratas conversaciones respecto a la Biblia, el judaísmo del segundo Templo y la vida cristiana.
Comparto con ustedes una entrevista al autor de este libro (en el que tuve el honor de diseñar la portada), donde habla sobre el evangelio, la Reforma, la justificación y las implicaciones de esta doctrina en los debates teológicos contemporáneos.
¿Cuál es el motivo que te llevó a escribir material teológico?
Tengo, como todo maestro, una especial pasión por la enseñanza y la exposición de la Palabra de Dios, y por dar a conocer a muchos más estudiantes de la Biblia las doctrinas que son fundamentales para la Iglesia del nuevo pacto, pero de una forma que no sólo instruya acerca de lo que creemos como cristianos bíblicos, sino también que invite a la reflexión teológica seria, o como prefiero también decir: al ejercicio de pensar filosófica y teológicamente.
Un motivo adicional que me impulsó a escribir material teológico, tiene que ver con el triste hecho de que en Chile es muy poco lo que se ha producido en esta materia. Al menos desde el lado evangélico, son muy pocos los teólogos chilenos que se han atrevido a escribir formal, extensa y profundamente acerca de algún tema teológico, para luego hacerlo conocido dentro y fuera de las fronteras de nuestro país.
Pareciera que estamos demasiado acostumbrados a sólo recibir material proveniente desde afuera, principalmente de la mano de teólogos norteamericanos y europeos. Con esto no estoy desmereciendo el trabajo de todos estos hombres de Dios; trabajos que sin duda han sido de mucha ayuda para comprender el mensaje de Dios para su pueblo (de hecho yo mismo me he visto enormemente beneficiado de muchos de esos trabajos para la elaboración del mío). Pero ¿acaso no tenemos, el pueblo chileno, buenos teólogos que produzcan material de igual profundidad? Yo creo que sí los hay.
Estamos a 500 años de la reforma, ¿cuál crees que es la herencia más importante que dejó este movimiento al cristianismo?
El legado de la reforma protestante es variado, pues afectó a muchas áreas de la sociedad: en las ciencias, la política, la economía, la educación, las artes, y otros. Pero si tuviera que destacar una herencia vital, al menos para el pueblo cristiano, creo que esa es la devolución del Texto Sagrado a toda la compañía de creyentes, para su libre exámen. Sin duda se le debe mucho de ello a Erasmo de Rotterdam (quien nunca se adscribió al movimiento protestante); sin embargo, fue Lutero quien trajo de vuelta la Biblia al cristiano común (al laico), al traducirla al alemán (usando la gran aportación de Erasmo, el Novum Instrumentum Omne).
Aunque una comprensión renovada de la doctrina de la justificación fue un distintivo característico de la reforma protestante, no creo que esa comprensión haya sido el legado “más importante”; sin con ello desmerecer, desde luego, su enorme relevancia.
¿Crees que el tema de la justificación es un tema central en el evangelio como decía Lutero?
Creo que no sólo es una doctrina central en el evangelio, sino también esencial al evangelio. Sin embargo, no creo que sea el centro mismo del evangelio. Debemos entender la relación de esencia y centralidad de manera equilibrada. Como explico más extensamente en mi libro, hablando acerca de esto mismo:
Si bien la doctrina en cuestión es algo de carácter fundamental y tenemos que defender esa relevancia frente a quienes pretenden rebajarla a algo de menor importancia en la proclamación del evangelio o del pensamiento de Pablo, creo que se le presta un mal servicio al evangelio (al evangelio en su amplia definición) al hacer de la doctrina de la justificación el evangelio mismo. Muy a menudo encontramos a creyentes —desde los menos entendidos hasta los más prominentes teólogos— abrazando una idea, en mi opinión incorrecta, a partir de la cual hacen del evangelio y la justificación por la fe una misma y única cosa, como si el evangelio se redujera a sólo la justificación por la fe; como si eso fuera en verdad todo el evangelio al que alude Pablo.
Muy a menudo escuchamos a creyentes predicando únicamente la justificación por la fe pensando que están, de hecho, predicando el todo del evangelio. Y no es que el mensaje del evangelio no contenga una proclamación de la justificación que es mediante la sola fe y por la sola gracia, sino que simplemente el evangelio abarca más que eso. Creo que N.T. Wright no se equivoca cuando dice que: «Con «el evangelio» Pablo no quiere decir la «justificación por la fe» en sí misma. Quiere decir el anuncio de que el Jesús crucificado y levantado es el Señor. Creer este mensaje, dar fidelidad creyente a Jesús como Mesías y Señor, es ser justificado en el presente por la fe (incluso si uno no ha oído hablar de la justificación por la fe). […] uno no es justificado por la fe por creer en la justificación por la fe […], sino por creer en Jesús» [Énfasis añadido]. Así también, «para Pablo no es la doctrina de la justificación que es el «poder de Dios para salvación» (Ro. 1:16), sino el evangelio de Jesucristo. Como Hooker señaló, es perfectamente posible salvarse por creer en Jesucristo sin jamás haber oído de la justificación por la fe.»1
Sin temor a equivocarnos, podemos decir que el evangelio es primeramente un mensaje que declara al mundo que: Hay un único Dios vivo, que es el creador y sustentador del universo; el autor de eterna redención. Pero eso es sólo el comienzo. El evangelio es también, y principalmente, el mensaje que anuncia la venida del reino mesiánico de Dios y proclama que en Jesús Dios ha irrumpido en la escena humana y en el mundo para establecer su trono de justicia y misericordia. El evangelio es ese mensaje que declara que este Jesús es el Cristo, el (único) Señor y Salvador, el hijo de David, el Rey prometido. El evangelio es esa buena nueva cuya centralidad y fundamento de verdadero gozo es el hecho histórico de la victoria de Dios sobre los poderes del mundo por la muerte redentora y expiatoria de Cristo en la cruz —para perdón de nuestros pecados y salvación en el día del juicio final— y su resurrección triunfante de entre los muertos, quien tras su ascenso glorioso al Padre, en cuya presencia intercede por todos sus escogidos, no dejó a sus discípulos ni a su Iglesia sin su bendita presencia, comunión y ayuda, sino que prometió el Espíritu Santo, quien da poder a la Iglesia y es las arras que le brinda a ella la seguridad en la espera de la herencia final, «una garantía de la plenitud de gozo que conoceremos en la perfecta comunión con el Padre y el Hijo en la era venidera (2 Co 1:22; 5:5)»2.
El evangelio nos exhorta a la fe y al arrepentimiento, nos dice que por la gracia de Dios mediante la fe en su Hijo Jesucristo, podemos ser perdonados de todas nuestras transgresiones y, por su sangre, redimidos de la esclavitud al pecado y a la muerte; y de toda condenación que resulte del juicio de Dios sobre los pecadores (Jn 5:24; Ro 8:1), razón por la cual, estando nosotros en Cristo, podemos ahora tener paz para con Dios y ser incorporados a la comunidad del nuevo pacto; en una nueva relación pactual en donde las barreras étnicas, que otrora separaron a judíos y a gentiles, no son ya un obstáculo ni motivo de división en la participación de esta gran comunidad de redimidos (cf. Ef 2:11-14, 19; 1Pe 2:9-10). Podemos encontrar salvación eterna, pues que el evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro 1:16).
Comparto, en cierto sentido, la opinión de N.T. Wright sobre que «la justificación por la fe en sí misma es una doctrina de segundo orden», pero sólo si con ello quiere decirse no que sea de importancia menor, o periférica al evangelio, sino más bien que no debiera colocársela en una posición de supremacía con respecto a los otros aspectos contenidos en el evangelio, el cual —como ya hemos visto— dice mucho más que sólo la doctrina de la justificación por la fe.
No obstante aquello, creo, como cualquier otro evangélico protestante o reformado, que es una doctrina esencial al evangelio, y eso quiere decir que la considero en verdad una doctrina de primer orden antes que de segundo orden (y, por ende, una doctrina fundamental para la Iglesia). Sin embargo, me pregunto hasta qué punto esta doctrina pudiera decirse que era para el apóstol Pablo el «corazón» y centro mismo del evangelio, como sí he leído a otros afirmar siguiendo la tradición reformada. El reconocido erudito anglicano James I. Packer, por ejemplo, afirma que la doctrina de la justificación fue «una de las grandes preocupaciones del apóstol Pablo. La consideraba el corazón del Evangelio.»3
No se puede negar; sin embargo, que cuando leemos a Pablo como apóstol del evangelio en el libro de los Hechos de los Apóstoles, esta doctrina, al menos explícitamente (esto es, en su formulación más conocida), está totalmente ausente de su predicación, con la única excepción de Hechos 13:38-39. Lo mismo podría decirse de la mayoría de sus epístolas, en donde no se constata ni por un momento alguna sombra de esta doctrina. Todo esto, desde luego, no es una cosa que podamos pasar por alto; por el contrario, es una cuestión que debe hacernos reflexionar profundamente en cuanto al real contenido de su kerygma apostólico. Empero, no es ese un asunto que corresponde tratar en este libro.
No obstante a lo dicho, baste decir, por ahora, que tampoco esta ausencia de contenido es una cuestión que nos deba necesariamente obligar a desechar de plano este concepto, como pieza fundamental de su predicación y exposición del evangelio de Cristo. En este sentido, razón tienen los profesores Carson y Moo al afirmar —contra la NPP— que «la justificación por la fe era un importante componente del Evangelio de Pablo desde el comienzo»4. Bajo esta misma impresión, me atrevo a decir que tampoco fue exagerado Bornkamm cuando dijo de Pablo: “toda su predicación, incluso allí donde la doctrina de la justificación no aparece expresamente, sólo se puede entender correctamente si se pone en estrecha relación con tal doctrina y se entiende juntamente con ella”5. Claro que sí.
Dicho sea de paso, debemos entonces insistir en que la doctrina paulina de la justificación por la fe es una cosa esencial al evangelio, aunque no sea el evangelio mismo ni «el punto esencial y el pilar del cristianismo» (como afirmó una vez aquel teólogo puritano del siglo XVII, Thomas Watson). Pero de que es una doctrina esencial al evangelio es evidente cuando el propio Pablo escribe en alusión a la problemática con los judaizantes en la epístola a los Gálatas.
Para Pablo, la doctrina de la justificación por la fe era tan importante y vital para la correcta comprensión del evangelio, que juzgó de «anatema» a todo aquel que pervirtiese este mensaje (Gál 1:6-9). Es interesante que toda esta suerte de arremetida de Pablo es hacia los que predican un «evangelio diferente» del que había sido anunciado por Él y los demás, cuando en el contexto de la carta parece claro que lo que se estaba pervirtiendo era principalmente la doctrina de la justificación, una perversión que tenía también implicaciones para la libertad cristiana con respecto a la ley y la gracia, y en la participación e inclusión de los gentiles en la comunidad de los creyentes, como herederos también de la promesa hecha a Abraham de bendecir en él a todas las familias de la tierra. Por tanto, la urgencia de preservar la correcta expresión del evangelio implicaba también —necesariamente— una correcta comprensión de la justificación por la fe, lo que hace que ambas cosas estén en realidad compenetradas y enlazadas en la mente de Pablo, y no sólo en la de él, como si se tratase de un pensamiento propio, sino de el de todos aquellos que, en sus palabras, «hemos anunciado» el evangelio (v. 8). Este detalle, al menos para mí, representa un argumento sólido para la afirmación: la doctrina de la justificación por la fe es esencial al evangelio. En tal caso, resulta del todo correcta la manera en como Eberhard Jüngel se refiere a esta doctrina en su libro, al llamarla tan reiteradamente: “el Evangelio de la justificación del impío” (haciendo especial alusión a Romanos 4:5).
No es, por supuesto, “un evangelio dentro del Evangelio”, sino más bien uno de los contenidos esenciales del único Evangelio, que hace del Evangelio un mensaje de buena nueva para el pecador, de ahí que sea correcto también denominar a este, “el Evangelio de la justificación del impío” 6.
¿Qué piensas sobre las nuevas perspectivas en torno a la doctrina de la justificación, más puntualmente con la corriente teológica conocida como NPP?
La Nueva Perspectiva de Pablo (o NPP), en este sentido de la pregunta, puede analizarse al menos desde dos enfoques que, lo queramos o no, al final terminan relacionados. Primero, desde el punto de vista del estudio del judaísmo del segundo templo; y segundo, desde el punto de vista de lo que Pablo quiso decir con “justificación por la fe”.
En cuanto a lo primero, el ensayo de Sanders de 1977 («Paul and Palestinian Judaism. A Comparison of Pattems of Religion») es fundamental para el desarrollo posterior de cualquier discusión sobre el tema. Aunque no estoy tan convencido de que su paradigma soteriológico —lo que él llamó “nomismo pactual”— sea el que mejor explica la perspectiva judía con respecto a las obras de la ley y la salvación; sin embargo, su tesis acerca del judaísmo de los tiempos de Pablo pienso que ha contribuido a esclarecer lo que Lutero pudo haber mal interpretado y hasta caricaturizado. En este último sentido, es importante reconocer la posibilidad de que los judíos de tiempos de Pablo fueran menos legalistas de lo que se creyó y enseñó caricaturescamente durante una buena parte del cristianismo contemporáneo. En otras palabras, es posible que el judaísmo de los tiempos de Pablo no fuera una religión de méritos, como muy a menudo se ha enseñado. No obstante, y aquí es en donde me detengo a discrepar, eso no constituye una negación al hecho de que hubo sectores del judaísmo empeñados en hacer de la ley de Moisés, en especial de las prácticas rituales con énfasis en la circuncisión, una condición para la justificación y para la salvación. Tal es el ejemplo de lo que estaba ocurriendo en las iglesias gálatas y también lo que se nos informa en las crónicas de Lucas (ver esp. Hch 15:1, 5; cf. la respuesta de Pedro en 15:10-11).
Las afirmaciones de Pablo en textos claves como Romanos 4:1ss y 9:30-10:1ss, también vienen a reforzar esta idea. Véase también algo muy parecido a una salvación por obras en un texto tan cercano al período temprano de la Iglesia, como 2 Baruc (p. ej. 14:12, “Los justos con razón esperan en el fin y sin miedo parten de esta habitación, porque tienen junto a ti multitud de obras buenas, guardadas en el tesoro”, cf. 44:14; 51:3, 7; 67:6); cf. con 3 Baruc caps. 11-17, en donde se dice del papel de las buenas y las malas obras en orden a la retribución de los hombres en esta vida (aquí los méritos de los justos son causa de los premios dados por Dios). Similar noción de las obras en relación con la salvación tenemos también en el texto de Qumrán, 1QpHab 8: 1-3, en donde encontramos la interpretación a Habacuc 2:4 (“mas el justo por su fe vivirá”) en los siguientes términos: “Su interpretación (del versículo) concierne a todos aquellos que observan la ley en la Casa de Judá, a quienes Dios liberará de la Casa del Juicio (i.e. del juicio final) por su hechos (o sufrimientos) y por su lealtad al Maestro de justicia”.
Lo cierto es que el judaísmo palestino del tiempo de los apóstoles no era una cosa uniforme y monolítica, sino más bien variada y compleja en lo que respecta a su teología (lo que nos debe hacer cuestionar la afirmación de que el “nomismo pactual” propuesto por E. P. Sanders fuera el único paradigma soteriológico dentro del judaísmo de ese período, como explicación a la problemática de Pablo con los judaizantes). Y dentro de esta variedad de puntos de vista teológicos nos encontramos con posturas que apuntan más hacia una justicia o salvación por obras que a otra cosa; opiniones que bien son las que, muy posiblemente, Pablo tuvo en mente a la hora de exponer la doctrina de la justificación únicamente por la fe.
Esto me lleva al segundo punto, la justificación por la fe en Pablo. Es posible que entre los representantes de la Nueva Perspectiva de Pablo (aunque bien hiciéramos en llamarle mejor “Nuevas Perspectivas de Pablo”), N.T. Wright sea el que más ruido ha hecho en este segundo punto (o el más popular al menos). Por lo menos en Latinoamérica (en donde la NPP es mucho más reciente que en Europa y Norteamérica), el profesor Wright es el que más conocido se ha hecho por su ensayo de 1997, «What St. Paul Really Said», traducido al español en 2002 para la Colección Teológica Contemporánea de editorial CLIE, bajo el título: «El Verdadero Pensamiento de Pablo. Ensayo sobre la teología paulina». También en EEUU ha sido el que más críticas ha recibido de parte de los teólogos más tradicionales en este tema de la justificación.
Ahora bien, la tesis de Wright en cuanto a la justificación es básicamente esta: la justificación no era para Pablo un asunto acerca de cómo podía la gente salvarse o presentarse justa delante de Dios (en un sentido forense), sino en cómo saber que se estaba en la familia del pacto. Para Wright, la justificación no era un asunto soteriológico, sino más bien eclesiológico. Las diferencias de Pablo con los judaizantes a quienes a menudo alude en Romanos y en Gálatas, no tenían que ver con «cómo el hombre se salva» (si por las obras o sólo por la fe), sino con «quiénes tenían derecho a formar parte de la comunidad pactual, de la Iglesia del Nuevo Pacto». La justificación en Pablo se debe entender entonces como un lenguaje de membrecía, que aunque involucra elementos forenses en su definición (los creyentes son declarados justos y sus pecados son personados), este lenguaje forense es utilizado por Pablo en forma de metáfora para expresar una relación pactual.
Desde la perspectiva de Wright —esto es, desde su definición de la doctrina— no tiene sentido hablar de imputación (la doctrina de la imputación de la justicia), ya que cuando Dios actúa en favor de su pueblo dándole el estatus de «justo», no está comunicándole su justicia; y tampoco ese estatus tiene que ver con alguna condición previa con la que el pecador se presenta ante su tribunal, tiene más bien que ver con ese actuar vindicativo de Dios que le confiere el estatus de justo (“metafóricamente hablando”, dice Wright), tal como sucedía —según Wright— en un tribunal hebreo cuando un juez fallaba a favor del demandado vindicándole o absolviéndole de toda acusación.
No creo que Wright esté tan equivocado cuando ve en la carta de Pablo a los Gálatas una correspondencia con esta tesis suya —con este asunto acerca de la membrecía y de la problemática respecto de quiénes eran los verdaderos miembros del pueblo del nuevo pacto con quienes se podía uno sentar a la mesa—; sin embargo, creo que se equivoca al entender la justificación como un asunto eclesiológico más que soteriológico. La justificación, la terminología de la justificación, es una cuestión forense en todo el sentido de la palabra. Todas las veces que esta palabra aparece en contraste con la condenación (como vemos que sucede en Romanos 2:12-13; 5:16-18; 8:33-34, por ejemplo) su significado es inequívocamente judicial, lo mismo en otros textos no paulinos, como Dt 25:1; 1Re 8:32; Pro 17:15 o Mt 12:36-37. A mí me parece que ante un escenario forense y soteriológico como este, la doctrina de la imputación de la justicia vuelve a tomar sentido; además de que, como expongo más extensamente en mi libro, la comprensión de Wright respecto del escenario judicial en el contexto del tribunal hebreo, no es del todo precisa.
Pienso que esta visión más horizontal de la justificación, con su énfasis en la relación comunitaria entre los miembros de la familia pactual, no es el punto que define a la justificación en su significación más exacta. Por ende, creo que una perspectiva vertical, en la que el énfasis está puesto en la relación de Dios y la comunidad, o más precisamente entre Dios y los individuos que forman parte de esa comunidad, es la forma correcta de entender el artículo de la justificación, siempre en el contexto de una relación forense con características reconciliadoras.
Tu libro ¿por quiénes debe ser leído?
No puedo negar que a ratos el libro va a resultar muy denso para el lector menos acostumbrado a los textos escritos desde una perspectiva más académica o con un lenguaje más técnico (con énfasis en la exégesis y en las definiciones teológicas). Honestamente, no se lo recomendaría a alguien que está recién comenzando a leer la Biblia, porque es muy posible que se frustre en las primeras páginas. Ya la primera parte del libro, me han comentado varias personas, es de difícil lectura; y la segunda parte, aunque tiene capítulos más fáciles de leer (sin tener que releerlos dos o más veces para su comprensión), tiene también capítulos muy densos. No puedo ocultar el hecho de que escribí este libro pensando principalmente en una audiencia más preparada y con más experiencia en la lectura de textos de contenido teológico.
Este es un libro pensado principalmente para el maestro, el pastor o el seminarista, y todo aquel que quiera profundizar en esta doctrina habiendo ya tenido alguna experiencia con la lectura de textos de teología.
«Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Rm 1:17)
El libro «La justicia de Dios revelada» de Mauricio A. Jiménez editado por Kerigma Publicaciones, puede ser adquirido en Chile por Pneuma Literatura, en México mediante la librería cristiana «Sola Gracia» y en el resto del mundo por Amazon.com. Ante cualquier consulta o duda puede escribir directamente a Mauricio A. Jiménez.
– J.P. Zamora
- – Sinclair B. Ferguson, David F. Wright, J. I. Packer (eds.), Nuevo Diccionario de Teología (El Paso, Texas: CBP, Primera edición 1992), Justificación, p. 540. Una definición por N. T. Wright. ↵
- – J. Piper ↵
- – Teología Concisa, Una guía a las creencias del cristianismo histórico (Miami, Florida: Unilit, 1998), p. 172 ↵
- – D. A. Carson y Douglas J. Moo, Una Introducción al Nuevo Testamento, p. 320 ↵
- – Günther Bornkamm, Pablo de Tarso, p. 167 ↵
- – Cf. Jiménez, Mauricio (2017). La justicia de Dios revelada. Publicaciones Kerigma, pp. 89-94. ↵
Maravillosa entrevista.
Excelente trabajo hermanos. Les felicito. Un excelente teólogo Mauricio Jiménez.