«Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor.» (Mateo 9:26 LBLA)
Los creyentes no somos ajenos a experimentar esa angustia, y así como Jesús, los cristianos no podemos quedar indiferentes a ella. La vemos en la calle, en nuestros vecinos, en nuestros hijos y en nosotros mismos. En medio de esta realidad, debemos seguir el ejemplo de nuestro Señor y empatizar con los dolidos.
Jesús vivió en una sociedad fragmentada por el abuso y la indiferencia de sus autoridades. Los romanos oprimían al pueblo, tenían impuestos excesivos y medidas abusivas contra los judíos. Los líderes, embriagados en sus privilegios, no se preocupaban de los ciudadanos. Los fariseos, incapaces de empatizar con su prójimo, ponían cargas muy pesadas sobre sus hombros. Los zelotes, no temían ocupar la violencia para aplicar sus ideales políticos. Pero Jesús fue distinto a todas las alternativas de su época, Jesús mostró el camino de la cruz, del amor, el servicio y la entrega.
Así como el tiempo de Cristo, Chile está viviendo un conflicto social: hay dolor por las injusticias, rabia por la desigualdad, irá por los abusos, miedo y violencia. En este contexto nos vemos obligados como creyentes, a reflexionar y volvernos otra vez Jesús. Es necesario que antes de arrojar la primera piedra, seamos sinceros y nos examinemos como iglesia.
Nuestro Señor tuvo compasión de la mujer pecadora, fue cercano a los marginados y misericordioso con los afligidos. También fue duro con los que hacían el mal, condenó la corrupción de época y apuntó hipocresía de los líderes. Todo esto lo hizo en amor sacrificial, entregándose a sí mismo en beneficio de muchos. En Cristo vemos el reflejo de cómo debe ser la iglesia el día de hoy.
Hemos sido llamados a ser como Jesús. No debemos avalar la corrupción, la injusticia, la mentira, el abuso, la violencia ni ningún otro tipo de mal. Al contrario, debemos ser pacificadores1 y aunque por dentro también vivamos angustia, temor, impotencia e incluso rabia, nuestras acciones deben ser contenidas para estar en paz, en lo posible, con todos los hombres2
Esforcémonos por triunfar sobre el mal haciendo el bien. El evangelio no sólo cambia nuestro duro corazón, sino que produce frutos; buenas obras que deben brillar a nuestro alrededor. Share on XCiertamente Cristo es la cabeza de la Iglesia, no olvidemos eso. Honramos a las autoridades y las obedecemos, a menos que eso signifique ir en contra de los dictámenes divinos. Las palabras de los apóstoles: “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres”3 siguen vigentes, pero nuestro camino no es el de este mundo. Nuestros pasos siguen las huellas ya trazadas por Jesús, sus manos y su cruz nos marcan a el servicio. Es fácil caer en el error de Adán y Eva, justificar nuestras acciones e incluso el culpar a la “serpiente” por nuestras faltas, pero es imprescindible que en estos tiempos reflexionemos sobre nuestros errores. Si somos la luz del mundo ¿Qué hemos hecho para alumbrar? La realidad es que nos hemos escondido, hemos limitado nuestra fe al espacio privado, nuestras acciones no han brillado en la sociedad.
La apatía y la desconexión social, son parte de nuestras fallas. Muchas veces no conocemos a hermanos de otras congregaciones en nuestro mismo entorno, o lo que es más triste aún, no conocemos a la persona que se sienta junto a nosotros en los cultos semanalmente. No caigamos en el error de pensar que podemos amar a Dios sin amar al prójimo, nuestra fe no es algo de un par de horas, sino algo que afecta cada área de nuestra vida. La fe no se trata sólo de lo privado sino también de lo público.
Tristemente nuestras comunidades sólo saben de nuestra existencia por el cartel luminoso que ven en la entrada de nuestras congregaciones, por el alto volumen de nuestra música e instrumentos, o porque desde sus ventanas ven que los días domingos llegan autos que a las dos horas se van. ¿Qué decir de la relación personal con nuestros vecinos? No hay impacto, no hay testimonio, no hay evangelio. ¿Dónde queda esa necesidad, desesperada, de compartir el evangelio a cada criatura?
«No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12:21 LBLA)
Hermanos, debemos recordar las enseñanzas del Nuevo Testamento y poner en práctica las acciones que este demanda; esforcémonos por triunfar sobre el mal haciendo el bien. El evangelio no sólo cambia nuestro duro corazón, sino que produce frutos; buenas obras que deben brillar a nuestro alrededor.
Es el momento de mirar al otro, de comprender el dolor del prójimo, de conversar con nuestros hermanos y conocer a nuestros vecinos, saber qué están pensando, escuchar sus miedos, sentirse identificados con su impotencia y angustia. El mirar al otro no es sólo saludarlo, sino también conocerlo y amarlo. Es tiempo de cuidar nuestras palabras y actos. Seamos sabios con lo que compartimos en redes sociales, no esparzamos mentiras ni busquemos acrecentar el odio. Recuerde que la suave respuesta aparta el furor, mas la palabra hiriente hace subir la ira.4
Aprovechemos esta oportunidad para abrir las puertas de nuestro hogar, para compartir nuestros vehículos con el que necesita transporte, y sentar a nuestra mesa al que tiene hambre. Preocupémonos de nuestros vecinos ancianos y juguemos con los niños de la cuadra. El egoísmo no sólo se trata de objetos o de dinero, no sea egoísta y busque servir a los demás con ese amor con que Cristo nos amó. Nuestra vida sólo cobra sentido en la medida en que servimos a otros
Para finalizar, siempre recuerde que nuestra esperanza no radica en los movimientos sociales, en el Estado o en el gobierno de turno, nuestra esperanza es Cristo. Por eso la Iglesia debe empatizar con el dolor, la impotencia y el miedo. El alma de Chile está dañada, y si de verdad creemos que sólo Cristo puede solucionar esas heridas, entonces tenemos una labor que hacer. Hemos sido llamados a ser luz, sal y paz, cumplamos con nuestra labor y glorifiquemos a Dios en ello. Reflejemos a nuestro Señor.
Necesitamos más evangelio, proclamarlo y vivirlo. Sólo en Cristo hay esperanza, porque él mismo es la esperanza.
Imagen: Toa Heftiba
J.P. Zamora
Muy certero a nuestros tiempos,no solo para chile sino también para México oremos por América Que Dios nos ayude a proclamar su evangelio…las buenas noticias de entre tantas malas que vemos en las redes.saludos y bendiciones
Así es, la Iglesia debe ser luz y esperanza.
Sus comentarios reflejan perfectamente mis reflexiones, gracias por compartirlo
Gracias por sus palabras.